viernes, marzo 28

FRANCISCO RUIZ UDIEL • ESTELÍ, NICARAGUA, 1977


en el año 2005 obtuvo el primer premio internacional ernesto cardenal de poesía joven, con su obra "alguien me ve llorar en un sueño". en el 2005 publicó también "retrato de poeta con joven errante", muestra de poesía escrita por jóvenes de la generación del 2000-2005 o generación del desasosiego, como llama gioconda belli en el prólogo de la muestra. fundador del encuentro nacional del día mundial de la poesía en nicaragua. es miembro fundador del festival internacional de poesía en granada, nicaragua. en junio del 2005 fue invitado por casa de américa de madrid, españa, a participar en el v festival "la poesía tiene la palabra". en el año 2006 publicó una memoria poética que lleva por título "poetas, pequeños dioses", bajo el sello editorial "leteo ediciones". actualmente colabora como reportero de el nuevo diario y además, es redactor de www.caratula.net, revista cultural centroamericana dirigida por el escritor nicaragüense sergio ramírez. sus más recientes poemas fueron publicados en barcelona, españa 2006, en la antología centroamericana de poesía que lleva por título “trilces trópicos”. en julio de este año participará en el xviii festival internacional de poesía de medellín, colombia. en estos días realiza la función de comunicador en el prestigioso centro nicaragüense de escritores.




Cada cuatro años nace una poeta suicida


A Sexton, Plath y Pizarnik
Nacidas en 1928, 1932 y 1936


Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.

Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.

Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.

No se pone triste, ni alegre, ni neurótica, no.
pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.

A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta aborrece su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar
cierto aire suicida.

Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos
en el primer ombligo que encuentra.

Por eso cada cuatro años algunas niñas
ya vienen muertas.





Gesto desvanecido en esquina de una estación

Esta estación no será más una estación,
quedará únicamente mi gesto desvanecido
en el polvo de alguna ventana,
si acaso hay ventanas,
si acaso decido en las estaciones
desamparar algún gesto.

Esperaré junto a las cabinas telefónicas
a que las horas se desvanezcan azules
en mi cigarrillo encendido
de mirada triste e inclinada,
me verán apretar la mandíbula
para masticar, como las aves
que emigran de una tierra a otra,
cualquier bocado de aire
sin saber qué les espera.

El aire se ha vuelto amargo
y aún no sé en qué otras estaciones
abordará mi soledad otro cuerpo.




Hay noches en que no quiero saber nada

Hay noches en que no quiero saber nada
ni oír nada,
y lo único que busco
es sentarme en la desamparada calle
y mirar a un perro,
que en su silencio sabe,
permanecer solo quiero,
Y desea hablarme con sus ojos
—pero recuerda— y calla.

Esta noche recitaré
a un hombre que perdió su paz,
un poema para morir en paz.

En el momento en que pienso esto
una sombra se me sube
por el pecho y me acaricia
con sus manos la frente
—entonces callo—

Ni la noche, ni la calle, ni el perro
podrán apaciguar esta ausencia.

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