viernes, marzo 28

SALVADOR MADRID • HONDURAS, 1978


poeta, ensayista y curador de artes visuales. licenciado en literatura por la universidad pedagógica nacional francisco morazán. ha publicado el libro de poesía visión de las cenizas (2004) y la antología la hora siguiente (2005) que reúne la producción de los últimos veinte años de poesía en honduras.

es miembro fundador y actual coordinador de paíspoesible movimiento de gestión cultural para promover y difundir el arte en honduras. es director de la revista de arte y cultura paíspoesible. algunos de sus poemas aparecen en papel de oficio, compilación en cuadernillos de veinte poetas jóvenes de honduras (secretaría de cultura de honduras, 2005) memoria del encuentro el turno del ofendido de el salvador (fundación metáfora, 2006), versofónica, proyecto de audio, veinte poetas en su voz (il miglior fabbro editores, ediciones sexta vocal) y en los rumbos del viento compilada por alfredo pérez alencart y pedro salgado (trilce ediciones, españa, 2005).




PRIMICIAS DEL VIENTO

Como otros me he detenido en los miradores a recibir al viento del sur,
a escuchar esas voces que por lejanas parecen sagradas,
a acumular la simiente de las últimas casas de los poblados,
a traer un poco de paz a mi rostro primigenio
y a esta simpleza le he llamado milagro.

Igual que otros en la médula del verano me he quitado la camisa
y me he bañado con el sonido de las cigarras,
con el beso de la mermelada hecha por mis hermanas,
con la procesión del viernes de ceniza, del que siempre renegué
y al que siempre vuelvo,
pues su calor es un acontecimiento que nos desvanece
y por un instante es capaz de convertirnos en minúsculos cementerios,
en pequeñas revelaciones del tiempo que pasa.

Igual que otros he vuelto al portal de una casa tenebrosa,
he escuchado el pregón del zapatero
y sus altas nociones de tachuelas, cuero y dientes rotos.
He puesto azúcar en mis labios, amor en la tarde;
he revisado álbumes de fotografías ajenas, leído viejos periódicos,
viejos anuncios de compra y venta de hace treinta años.
He escrito la palabra alegría con todo el empirismo,
pero con la gracia del poeta. He jugado a las cartas,
visitado a las rameras, me he emborrachado hasta perder las fuerzas
y hasta recuperar los sueños.

Y sin duda, como otros, también me he acobardado en las palabras,
he privilegiado a los ángeles y azarosamente renunciado a los hombres,
pero en otras ocasiones he despreciado a los ángeles,
los he atado con los cordones de mis zapatos
y los llevé a conocer las discotecas, los prostíbulos
y la miseria que hermosamente alumbra el alba en los basureros de la ciudad
para que se volviesen humanos en la hora nuestra muerte.


Como otros, sé del invierno, de sus extendidas pléyades de gotas limpias,
de su nomenclatura ideal puesta en el trueno,
de su desliz de arpegio, de su otra niebla
como inundado molino de los tiempos cuando el trigo era la gloria.

Y como otros
me he detenido en esta tierra armado nada más con veinticinco centavos,
valiendo nada más veinticinco centavos,
a observar el gran holocausto de las cifras
y la gran algarabía de los bonos de la usura.
Y en secreto he guardado botones de camisas que siempre me gustó usar,
cuentas pendientes, un libro de Saint John Perse,
el viejo candelabro de una abuela
que ya no sabe que flores escoge en la mañana
y me he sentido a los veinte un anciano que apenas mastica albahaca.

Y con menos sabiduría que otros, pero con mayor tentación,
he visto los tejados, los arrieros que traza el viento al anochecer,
las pérdidas de las cosechas por el calor o por la lluvia,
he visto el sur y sé bien que sólo es una palabra de huesos, de pozos vacíos
y de guitarras prestas a devorar dedos y lenguas, una vana geografía
donde el crepúsculo es la iniciación de una luz desmembrada.

He visto la esperanza, he sentido el tuétano de su estructura,
su feliz cercanía a Dios
y he dicho mierda.

Pero me ha dado en la cara el viento del sur.
Y me he acordado de los grandes cantos, de las grandes desgracias,
de las pavorosas asociaciones de la burocracia,
del filo de las manos que sostenían el puñal, de la euforia del plomo.

Pero es que el viento del sur es tan doloroso y tan limpio.

Y he visto mis uñas como pequeñas llamas estáticas
y he decidido buscar un camino entre las cenizas del anochecer
y la arcilla que calla,
entre las voces de los suburbios y la clorofila que se arriesga junto al asfalto,
un camino donde inicien las historias de los otros. Y he encontrado ese camino.

A esta simpleza le he llamado milagro.





FUGA DE LA CLOROFILA MUERTA

El otoño es algo más que un piano de hojas disuelto en el aire.

Más que una acumulación de labios
bajo los sauces de las planicies y de las ciénagas invisibles.

Hay en el paisaje lenguas escondidas
para saborear la alborada de la pesadumbre
y la sintaxis del afán en los surcos
y los caminos desiguales que dan al nacimiento de la luz.
Hay seres mendigos del jardín que sembraron junto al alba
y otros caídos en la herencia del rocío.

En el campo
aprendí a tocar las dormilonas, al mediodía,
a escoger la sal necesaria para señalar el camino de la siesta,
a saber cuándo el pudor se vuelve insomnio
y dónde la soledad aglutina ombligos y paladares
y dónde respiran aquellos
a quienes nunca les susurraron las palabras
ventana fiesta alegría.

La hecatombe de la clorofila en la tierra,
su pasto apenas sinfónico, es decir, su otoño, se ha borrado de mí,
y quedan nada más
los cascos de la intemperie sobre las distancias
y un hombre cuyos ojos anuncian que sí,
que las alondras y las catedrales
en la multitud de caminos y crepúsculos
jamás se adosarán al pan y al hartazgo.

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